martes, 26 de abril de 2011

Historias recurrentes


        Comenzó abruptamente. Habíamos planeado una salida igual a tantas otras, pero sin anticiparme lo que me contaría, comenzó diciendo:
—Me voy a Brasil por trabajo.
—¡Qué! Es una broma.
        Hacía dos meses que había comenzado en ese empleo. Por alguna razón,  lo habían elegido para ser trasladado a una oficina en Rio de Janeiro. Estaba eufórico, no paraba de hablar, en mi cabeza se produjo un torbellino de ideas. No terminaba de asimilar lo que me había dicho. Simplemente, hice oídos sordos. Caminamos toda la tarde, y luego volví a casa.
        Pasaron dos semanas, y recibí un correo electrónico. Me extrañó porque jamás contestaba los mensajes que le enviaba. De qué se trataría esto. Hacía dos años que salíamos, a esta altura, me había cansado de oír sus historias y fantasías.
        En cierta ocasión contó que había conseguido un empleo en una embajada y que empezaría la siguiente semana. Quedé tan entusiasmada, que hasta habíamos celebrado con todo. Pasaron los días, pero esa semana jamás llegó. Luego fueron sucediéndose historias similares a lo largo de los últimos dos años. Estaba frustrada con esta relación, no sabía cómo terminar.
        Entre las muchas cosas que había dicho para explicar su traslado era que uno de los empleados de Brasil había sufrido un accidente grave y que no podría volver al trabajo.
        El puesto que le habían ofrecido era para cumplir la misma función que hacía en la oficina de acá, y había aceptado.
        Abrí el mensaje, contaba lo feliz que estaba, vivía en un hostel, mientras le encontraban un departamento. «La gente es agradable», finalizaba su mensaje.
        «Sí, seguro», pensé.
Pasaron las semanas y no apareció más. No era habitual que desapareciera de esta forma. Cada semana tenía una historia que contar. Pero la última vez, no quise creerle.

0 comentarios: