domingo, 29 de abril de 2012

El sueño consumido

Cuatro semanas que no aparecía su padre por la casa.
Por lo general, siempre estaba los fines de semana; para los niños era motivo de celebración la llegada del padre, que venía cargado de bolsos con alimentos y, lo que esperaban los niños, las tradicionales tiras de asado.
Eran seis, cuatro chicas y dos varones. El mayor de los niños, de once años, se quejaba de su zapatilla rota; la madre lo consolaba: «Cuando llegué papi le pediremos que te compre una».
Para no pasar vergüenza en la escuela, el niño, en lugar de ir a clases, habló con un amigo de su padre para ayudar en los quehaceres del taller. En ese lugar hacían rectificado de motores, la tarea que le asignaron fue la limpieza de las partes que llegaban cubiertas de grasa sucia y llenas de polvo empastado.
La primera paga que recibió el pequeño la guardó en una media y la puso en la almohada. Muy contento, siguió con su rutina semanal. Cuando buscó el escondite para agregar la segunda paga, sintió que un puñal frío atravesaba su joven corazón. La media estaba vacía,  miró bajo el colchón, sobre la cama; revolvió todas las frazadas, pero su dinero no aparecía.
Para no llamar la atención, sigiloso, buscó una lata de atún vacía, la limpió con prolijidad y, envuelto en un plástico, puso su segundo pago. Salió al patio cuando todos sus hermanos estaban durmiendo la siesta, hizo un pequeño pozo detrás del limonero donde enterró el dinero.
Toda la semana fue color de rosa, la comida en la mesa parecía normal, como si el padre hubiera llegado el fin de semana. Pero nada había preparado al niño cuando fue a buscar la lata de atún detrás del limonero. Hizo una docena de pozos, pero al parecer la tierra se había tragado el sueño de la zapatilla.
Furioso, fue a increpar una por una a sus hermanas:
—Vos agarraste mi almohada —Comenzó por la hermana cinco años mayor.
—Cuidado con quien te metes. ¡Enano! —Irguió su cabeza cual feroz cascabel.
—¿De dónde sacaste esa hebilla? —Continuó con otra de sus hermanas, pensando que tal vez ella había tomado su dinero.
—Eso no es de tu incumbencia —Empujó al niño sacándolo de la habitación de las chicas.
Nadie parecía entender el reclamo del pequeño. Por la noche quiso vengarse del maltrato de sus hermanas:
—Ma, viste que Clara tiene una hebilla nueva —Intentó poner a su madre de su lado.
—No, a ver. —Con cara de curiosa se acercó— ¡Qué linda! Te queda preciosa.
—Sí, seguro que se la regaló el novio —agregó el pequeño.
—¡Qué! —Volvió la mirada hacia su hijo—. ¿Cómo es eso?
—Estaba besando a Guillermo en la plaza. —Fruncía el ceño y mirada desafiante.
—Barny nos estuvo acusando de que le robamos dinero —Se puso de pie la hermana mayor,  apuntando al pequeño con el dedo y con mirada de reptil.
—¡Basta! —Intervino la madre abrazando a su hijo—. Siéntate. —Ordenó a la hija mayor.
—Debieran estar agradecidas por lo que hace su hermano por ustedes. —Se acurrucó cobijando a su hijo—. Bien saben que su padre no viene desde hace un mes y medio. ¿De dónde creen que estuvimos comiendo?
        Gruesas lágrimas  rodaron por las mejillas del niño, y apretujó a los brazos de la madre, con sus rollizas manos. Sentía que el sueño de una zapatilla nueva se estaba esfumando.
—Yo tomé tu dinero, hijo.
        El niño, con congoja, sacó de su bolsillo unos billetes y se los alcanzó a su madre.

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